lunes, 6 de abril de 2015

Los pies en la tierra y la mirada en el cielo

Así definiría los cuatro días que transcurrieron en Los Gigantes (Córdoba) durante Semana Santa del 2015. De qué se trató el viaje, primero de coincidencias, hace tres años un grupo de personas hicimos una excursión a Plaza Francia (Mendoza). Y este fin de semana largo parte de ese Grupo llamado “Magnesio” volvió a salir en búsqueda de otros senderos. La segunda coincidencia es la valoración hacia la actividad denominada trekking o senderismos, la principal atracción del viaje era llegar a la cima del Cerro La Cruz, ubicado en el macizo de Los Gigantes, a 20 km de Tanti.

“Lo más importante no es llegar a la cumbre, lo importarte es bajar” así me explicó otrora vez un guía, y es un lema a tener en cuenta, otra consigna que aprendí en este viaje es: “Yo no subestimó ni al Uritorco” con esta expresión el apasionado de la actividad montañista quiere decir: cuidado con la naturaleza, el clima, etc., no subestimes, no corras riesgos.

De Rosario al Macizo Los Gigantes
Jueves aproximadamente a las 9 horas empezó la travesía, desde Rosario hacia Los Gigantes, viajamos compartiendo mates, peajes, estaciones de servicio para estirar los pies. Un grupo integrado por 9 personas generosas y amateurs de la actividad, algunos más experimentados que otros, algunos provenientes de Rosario y Buenos Aires.
Al llegar a La Rotonda (refugio), en Los Gigantes, acomodamos las mochilas, sacamos la foto grupal y dimos comienzo a la aventura, paso a paso, paso con bastón, bastón con pasos, empezamos a subir, al principios había referencias: pircas o una estrellita naranja, luego no se divisaban esas señales. 

El grupo por emprender la travesía

Pasamos por el famoso “Pollito”, que para identificar la formación rocosa con un “Pollito” tuvimos que exprimir la imaginación, tomar distancia, por suerte un cartel indicaba que la piedra era “El Pollito”, sino hubiéramos pasado de largo sin darnos cuenta.
El Pollito y momentos del ascenso

Seguimos caminando hasta encontrar un lugar adecuado para acampar las 4 carpas que llevábamos, mientras caminábamos, la noche se venía, como dice el Dúo Coplancu: “el cielo el mar de arriba, pierde su luz cuando anoche, y van al desparramo las estrellas”.
Prendimos las linternas y al fin hallamos lugar, creo que interrumpimos la tranquilad de otra carpa que estaba cercana a nosotros. Armamos las tiendas, algunos se vieron más beneficiados por la inclinación del terreno otro no tanto. De noche esos detalles no fueron percatados. Eso si teníamos cerca un curso de agua. Esa noche como todas las otras noches cocinó Eze. Salchichas con puré, el postre lo hizo Gabi, un chocolate magnifico.

Mientras, cenábamos la luna llena nos iluminaba y como dice el poeta mexicano Jaime Sabines: “La luna se puede tomar a cucharadas, o como una cápsula cada dos horas. Es buena como hipnótico y sedante y también alivia, a los que se han intoxicado de filosofía, Un pedazo de luna en el bolsillo, es el mejor amuleto que la pata de conejo”. Veníamos las figuras que conformaban las rocas, charlando cálidamente, compartiendo.









El viernes en la armonía de la naturaleza, en lo melifluo del arroyo despertamos, desayunamos, preparamos los equipos y partimos para nuestro objetivo, cerro La Cruz, que ostenta la mayor altura del macizo, según el GPS 2271 metros.
Vistas desde el Cerro La Cruz


Allí en ese escenario “cumbrero” almorzamos, a nuestros pies la inmensidad del Valle de Punilla, se distinguía la ciudad de Villa Carlos Paz y Tanti, el dique San Roque, una mina de uranio abandonada, los senderos. En la cima del Cerro se erige una cruz, la cual acumula pulseritas, trapos, mensajes de varios años atrás.
Un momento muy simbólico fue cuando precisamente en la cumbre Javi nos obsequió un banderin traído de las tierras de Nepal, lugar que toda persona que abraza el montañismo desea conocer.
También encontré un letrero con un PR (Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota) el cual inspiró este post de impronta ricotera.

Momento cumbrero


Luego de descender, algunos buscaron el camino del agua que los llevó por otros senderos Javi, Diego y otros miramos el cerro La Cruz desde una de sus paredes Eze, Cintia, Maje, Gabi, Cari y quien escribe, allí contemplábamos las personas que hacían escalada en roca, parecían puntos muy pequeños, en las grietas de la roca, otras personas se encontraban en la cima. Desde ese lugar partimos hacia Mogotes, donde visualizamos unos refugios, cuevas, la casa andinista de Córdoba.


De regreso podríamos decir “No sé bien del menú pero la salsa abunda” el chef que nada tiene que envidiar a Francis Mallmann, junto a los ayudantes de cocina prepararon un guiso de lentejas gourmet. En esta oportunidad el cielo no estaba tan despejado, sino que “el viento que todo lo empuja” amontonaba nubes rápidamente, ese noche Javi o Fabi, porque creo que lo bauticé de vuelta, manifestó su experiencia de viaje a Nepal, Vietnam, Laos, España; entre tantos otros temáticas compartidas entre risas, chistes.


El día sábado, nos despertó la lluvia, los truenos, ese clima trajo como contrapartida meditar adentro de la carpa, charlar y dormir. Finalmente, hicimos senderismo, fuimos al Valle de los lisos, almorzamos “Como pega el sol” dice la chacarera y así era, porque el sol estaba en su esplendor, enseguida vinieron los mates, no faltó conversación, porque el grupo, bien diverso, distinto generaba temas plurales, inclusivos y en ningún momento hubo chistes entre rosarinos y porteños, hubo máximas de Luisa. Confieso que hablé mucho, debería haber llamado al silencio. Hubo charlas de cursos de montañismo, de Jesica Cirio, de la falange en los Uruguayos, la vida de los gatos en la ciudad, el sillón inodoro. El escenario del almuerzo era paradisiaco, había un roca para trepar donde nos entretuvimos sacando fotos, analizábamos las rocas buscando formas, figuras, desde alas, corazón, brujas, y el sonido del curso del río, una postal.

Crédito de Fotos: Javier Salinas

“Miraba el cielo justo a tiempo” mientras íbamos caminando, luego de ver un árbol dorado que al acercarnos nos dimos cuenta que era un liquidámbar, al lado compartía su belleza y excepcionalidad con un ginkgo biloba. Recordemos que en la zona predomina el tabaquillo. De meteorología no sabemos, porque vimos unas nubes que estaban chocando entre sí, unas negras y otras blancas, sin darnos cuenta seguimos caminando; “Cuando el granizo volvió, la campana sonó”, tuvimos que refugiarnos en unas rocas, nos tapábamos con la mochila, aunque no alcanzó puesto que las piedras nos hicieron mesoterapia en el cuerpo. Granizó y lluvia literalmente.

Crédito de foto: Javier Salinas

“Ni bien amainó la tormenta” cruzamos una cueva, a secarnos y preparar el regreso, puesto que la temperatura descendía al ritmo que lo hacían los ríos. En esa cueva unos cordobeses amablemente nos prestaron toallas. De repente mirar el paisaje de vuelta, y ver una metamorfosis, todo se cubrió de granizó, los ríos descendían más rápidos, hasta uno de los árboles se calló, el verde se veía más brillante, los tabaquillos desprendían su piel del tronco y ramas como hojas de tabaco y tuvimos que caminar entre el barro, granizo, piedras resbaladizas. Otro rasgo del paisaje eran las cascadas originadas tras la lluvia.   
El paisaje se había modificado. La adrenalina, era sin dudas la sensación, volver al campamento, la responsabilidad de los que conocían el camino, ese momento para mí fue de máxima concentración puesto que había que poner los pies y los bastones en los lugares precisos. Por momentos metíamos los pies en lugares que parecían seguros, otras veces se enterraban en el granizo, o teníamos que agarrarnos de los tabaquillos (flora de zona), o pisabas y el pie se deslizaba provocando perdida de estabilidad.
Toda una decisión pisar! implicaba consecuencias, “Medís tu acrobacia y saltás” así andábamos.  

En el campamento aun había granizó alrededor de las carpas, tomamos fotos. Los chicos que habían llegado antes, nos esperaban con Café, “Pero el Café con tu suerte se enfría” en este caso se enfriaba porque la temperatura de agradable viro a fresca sumado a que estábamos empapados.

“Hemos perdido el rastro unos minutos”, la tormenta se llevó algunas cosas: nuestra olla de cocina, un cuchillo y un mate, por suerte encontramos la olla con su tapa.
Esa noche tocó de menú capeletinis, tras el frío el menú caliente en este tipo de actividad es fundamental te recupera el espíritu.

Al otro día de domingo volvimos a la base La Rotonda, esta vez caminamos de a ratos con sol y otras veces con nubes que avanzaban hacia el centro del macizo.

Nos tomamos la fotografía de regreso, todos contentos de compartir, de apreciar la inconmensurable belleza del lugar, del esfuerzo y disfrute que representa este tipo de actividad. El fin de semana largo terminó, otra vez la rutina, la cotidianidad de la ciudad “Las despedidas son esos dolores dulces”. Sin dudas “La salida a Los Gigantes” será un recuerdo inmarcesible. Gracias a los compañeros de ruta!.